jueves, 6 de mayo de 2010

EL UMBRAL DE LA POESÍA

 
LA FERIA DEL LIBRO y MIGUEL HERNÁNDEZ

La otra tarde asistí como cada año, ritualmente, a la Feria del Libro. Suelo intentar ir a  las escasas actividades poéticas que se ofrecen. Este año se imponía por méritos obvios Miguel Hernández al igual que el pasado año disfrutamos de un García Montero que relataba el homenaje que junto a Ángel González ofrecieron a Machado en Colliure.
Las tardes de Feria del libro siempre son mágicas. Valencia deja de ser esa ciudad en vías de destrucción, vilipendiada y apaleada, de nueva construcción mastodóntica, de fantasmagóricos circuítos urbanos y "Copas" de una "América" tan lejana del Mediterráneo que, en ocasiones, ni tan siquiera el viento puede henchir las velas de sus barcos. (Quizá justicia sideral).
Pero, volvamos a la magia. Mi paseo ideal que encaminaría mis pasos hacia los Jardines de Viveros, comenzaría en El Puente del Mar. Ascendiendo su bella escalinata pétrea, tal y como eran los puentes que peritían acceder a esa otra parte de la ciudad. Seguiría por la fabulosa Alameda, que, tal vez, por herencia paterna, me encanta pasear. Llegados a este punto, podría retrotraerme al pasado y atajar por Blasco Ibañez, con el único propósito de pasar por delante de la Facultad de Filología. Me gusta hacerlo de vez en cuando, pero ha pasado mucho tiempo, tanto, como para poder decirles a mis hijos que su madre estudió ahí. De un modo u otro llegamos a los idílicos Jardines de Viveros que guardan tantos recuerdos de infancia como de juventud. La tarde cae, es como dicen en las islas, la hora baja, cuando la luz es más profunda y más bella.
Me adentro junto a mi amiga Elena (amiga desde el instituto y excelente profesora de inglés) en ese todo de naturaleza y libros. No podemos pedir más, pero la tarde nos lo ofrece, recital de poesía de Miguel Hernández a cargo de Vicent Camps y Lucho Roa. Se agradece la novedad, pués los que suelen recitar en la Feria, son siempre los mismos. Nos embarga la amistad, la pasión por la poesía y  en muchos momentos la emoción. La recitación y el acompañamiento a la  guitarra, increíbles, no se necesita más. Acaba el recital, una vez más ha triunfado la poesía. Aplausos y más aplausos. De pronto, una persona mayor que había seguido el recital con gran entusiasmo grita: ¡ Viva Miguel Hernández¡, ¡Viva la República¡ y por último ¡Antes muerto que fascista¡. Todos los asistentes aplaudimos.
Cuando salimos ya es de noche, se impone la conversación, la amistad, una cena en el caco antiguo de esta ciudad y éste ocualquier otro poema de Miguel Hernández.


SONREIR CON LA ALEGRE TRISTEZA DEL OLIVO.

Sonreir con la alegre tristeza del olivo,
esperar, no cansarse de esperar la alegría.
Sonriamos, doremos la luz de cada día
en esta alegre y triste vanidad del ser vivo.

Me siento cada día más leve y más cautivo
en toda esta sonrisa tan clara y tan sombría.
Cruzan las tempestades sobre tu boca fría
como sobre la mía que aún es un soplo estivo.

Una sonrisa se alza sobre el abismo: crece
como un abismo trémulo, pero batiente en alas.
Una sonrisa eleva calientemente el vuelo.
Diurna, firme, arriba, no baja, no anochece.
Todo lo desafías, amor: todo lo escalas.
Con sonrisa te fuiste de la tierra y el cielo.

1 comentario:

  1. Gracias por traerme recuerdos que también son míos: vagar por la feria del libro, Blasco Ibáñez, recitales de poesía, rebeldía y actos de memoria. Sin ello, no seríamos nada.

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