jueves, 18 de agosto de 2011

75 AÑOS SIN FEDERICO GARCÍA LORCA


Ayer, gracias a Twitter leía las declaraciones de García Montero a propósito del asesinato de García Lorca hace 75 años. Decía Montero que Lorca había sido decisivo en su formación literaria adolescente, corroboro totalmente esa declaración, para mí descubrir su poesía y sus metáforas, fue como abrir una puerta que ya nunca volvería a cerrarse. El lenguaje lorquiano descubre mundos inimaginables a primera vista, pero si te detienes, si le concedes el tiempo necesario y las ganas, pueden llegar a ser definitivos a la hora de escribir o simplemente disfrutar de su lectura.
Si tuviera que elegir un poema u obra de teatro para esta entrada, sería francamente complicado. Si es cierto que hay un fragmento en el tercer acto de La Casa de Bernarda Alba al que tengo especial cariño, pues formó parte de una obra de teatro que escribí con mis alumnos de 4º en Castellón y que representamos a final de curso. También presentamos la obra a los Premios de Teatro Buero, no ganamos pero nos mandaron un petate lleno de material para el aula de teatro y fue magnífico trabajar con ellos.
Curiosamente, uno de estos días veraniegos encontré una de esas carpetas que a veces encontramos y nos retrotraen a otros tiempos, como por ejemplo un COU de 1986. La carpeta aún recopilaba mis comentarios de texto de aquella época y entre ellos, uno que hice de Bodas de Sangre en el que añadía mi visión de la puesta en escena, pues acababa de ver la obra en el Teatro Principal de Valencia (magnífica época en que se represnetaron gran cantidad de obras del escritor). Es muy impactante ver tus ejercicios de COU cuando ahora tú eres la profe.
Finalmente me viene a la cabeza la emotiva visita que hice hace años a la casa de Lorca, debo decir que yo ya iba predispuesta (no soy fetichista, pero me encanta visitar lugares que tengan que ver con determinados escritores) pero también encontré a la persona idónea que con su explicación, nos hizo disfrutar del poeta y su entorno.

He aquí el fragmento de La Casa de Bernarda Alba que tan maravillosamente defendían mis alumnas hace unos años. No tiene desperdicio, es magistral.

MARTIRIO. (En voz baja.) Adela. (Pausa. Avanza hasta la misma puerta. En voz alta.) ¡Adela!

(Aparece Adela. Viene un poco despeinada.)

ADELA. ¿Por qué me buscas?

MARTIRIO. ¡Deja a ese hombre!

ADELA. ¿Quién eres tú para decírmelo?

MARTIRIO. No es ése el sitio de una mujer honrada.

ADELA. ¡Con qué ganas te has quedado de ocuparlo!

MARTIRIO. (En voz más alta.) Ha llegado el momento de que yo hable. Esto no puede seguir.

ADELA. Esto no es más que el comienzo. He tenido fuerza para adelantarme. El brío y el mérito que tú no tienes. He visto la muerte debajo de estos techos y he salido a buscar lo que era mío, lo que me pertenecía.

MARTIRIO. Ese hombre sin alma vino por otra. Tú te has atravesado.

ADELA. Vino por el dinero, pero sus ojos los puso siempre en mí.

MARTIRIO. Yo no permitiré que lo arrebates. Él se casará con Angustias.

ADELA. Sabes mejor que yo que no la quiere.

MARTIRIO. Lo sé.

ADELA. Sabes, porque lo has visto, que me quiere a mí.

MARTIRIO. (Desesperada.) Sí.

ADELA. (Acercándose.) Me quiere a mí, me quiere a mí.

MARTIRIO. Clávame un cuchillo si es tu gusto, pero no me lo digas más.

ADELA. Por eso procuras que no vaya con él. No te importa que abrace a la que no quiere; a mí, tampoco. Ya puede estar cien años con Angustias, pero que me abrace a mí se te hace terrible, porque tú lo quieres también; ¡lo quieres!

MARTIRIO. (Dramática.) ¡Sí! Déjame decirlo con la cabeza fuera de los embozos. ¡Sí! Déjame que el pecho se me rompa como una granada de amargura. ¡Lo quiero!

ADELA. (En un arranque y abrazándola.) Martirio, Martirio, yo no tengo la culpa.

MARTIRIO. ¡No me abraces! no quieras ablandar mis ojos. Mi sangre ya no es la tuya, y aunque quisiera verte como hermana, no te miro ya más que como mujer. (La rechaza.)

ADELA. Aquí no hay ningún remedio. La que tenga que ahogarse que se ahogue. Pepe el Romano es mío. Él me lleva a los juncos de la orilla.

MARTIRIO. ¡No será!

ADELA. Ya no aguanto el horror de estos techos después de haber probado el sabor de su boca. Seré lo que él quiera que sea. Todo el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de lumbre, perseguida por las que dicen que son decentes, y me pondré delante de todos la corona de espinas que tienen las que son queridas de algún hombre casado.

MARTIRIO. ¡Calla!

ADELA. Sí, Sí. (En voz baja.) Vamos a dormir, vamos a dejar que se case con Angustias, ya no me importa; pero yo me iré a una casita sola donde él me verá cuando quiera, cuando le venga en gana.

MARTIRIO. Eso no pasará mientras yo tenga una gota de sangre en el cuerpo.

ADELA. No a ti, que eres débil. A un caballo encabritado soy capaz de poner de rodillas con la fuerza de mi dedo meñique.

MARTIRIO. No levantes esa voz que me irrita. Tengo el corazón lleno de una fuerza tan mala, que sin quererlo yo, a mí misma me ahoga.

ADELA. Nos enseñan a querer a las hermanas. Dios me ha debido dejar sola en medio de la oscuridad, porque te veo como si no te hubiera visto nunca.

(Se oye un silbido y Adela corre a la puerta, pero Martirio se le pone delante.)

MARTIRIO. ¿Dónde vas?

ADELA. ¡Quítate de la puerta!

MARTIRIO. ¡Pasa si puedes!

ADELA. ¡Aparta! (Lucha.)

MARTIRIO. (A voces.) ¡Madre, madre!

ADELA. ¡Déjame!